viernes, 27 de junio de 2008

Volviendo...



Acerquense y festejen conmigo, silenciosos visitantes onanistas, porque mi querido blog vuelve a abrir sus... ¿puertas? ¿páginas?. Bueno, vuelve a estar actualizado... no con la anterior asiduidad, pero al menos una vez por semana encontrarán algo con qué deleitarse en este acogedor rinconcito de la red :D

Aprovecho este post para exigir a don Mario que dé señales de vida y ponga fin a mi síndrome de abstinencia de sus patologías. ¡Un mes! ¿A usted le parece? ¡Dejarnos sin sus letras por un eterno mes! Espero que el rayo de la inspiración lo ilumine pronto, y sino apelo a su altruismo ;D


Aún sigo extasiada -y cada vez más- por el nuevo mundo que descubrí, y procedo a narrarles algo de lo aprendido hasta el momento. Lejos de lo que solía pensar, los sadomasoquistas no andan siempre vestidos de cuero (parece que aprendí a poner links hoy, verdad? jo, jo, jo).
Volviendo al tema, no todos andan vestidos de cuero, de hecho la gran mayoría no lo hace... al menos no en público. He conocido señores y señoritas muy elegantes que -de no haberlo sabido- nunca hubiera imaginado que eran adeptos al sado... para su sorpresa, estimado visitante, tampoco andan bebiendo sangre de murciélago ni clavando agujas en muñequitos vudú. Ah, esperen... creo que me confundí de comunidad, jiji.
Como hoy me siento particularmente jocosa, dejaré la narración seria para otro momento. Pero -hablando de agujas- me es grato mostrarles una obra de arte que en cuanto sea posible me haré.


Se trata -como ustedes bien podrán observar- de un corsé realizado en la vulva. Claro que yo ni pienso tener argollitas en mi vulva por la incomodidad que producirían, pero un día me haré un corsé similar con agujas -espero realizado por las idóneas manos de mi Señor- y volveré a subir la foto xD
¿No es bello?


miércoles, 18 de junio de 2008

No hay caso...

Sigo cumpliendo las consignas, pero colocarse los broches por iniciativa propia no tiene el mismo gusto que hacerlo bajo órdenes de mi Señor :(

¿Debería llamarlo y suplicarle perdón para demostrar mi arrepentimiento o acatar su prohibición y rogar que vuelva a comunicarse conmigo?


Mi Señor, ¡lo extraño!

lunes, 9 de junio de 2008

Por fin llegó el día…


Por fin llegó el día… aunque estaba bastante nerviosa, ardía en deseos de entregarme a la voluntad de mi adorado Señor, y al pensar en él todo el miedo se diluyó.

Llegué al lugar convenido, mi Señor estaba aguardando mi llegada. Me saludó con un cálido beso, cuyo efecto fue que me sintiera mucho más segura y perdiera por completo el temor, pero inmediatamente después de entrar, el juego comenzó y apareció su frialdad.
Me indicó que me desnude. Obedecí de inmediato, y mientras me quitaba la ropa pude verlo acercarse a mí. Tomó de su mano un collar negro, lo ajustó a mi cuello y enganchó de él una correa. Adivinando sus deseos me puse en cuatro patas y besé sus pies en un intento por demostrar mis deseos de sometimiento y mi agradecimiento por la invalorable oportunidad de satisfacerlos.

Continué besando sus zapatos, hasta que escuché la voz de mi Amo ordenándome que camine. Tiró fuertemente de la correa y me llevó hasta donde estaban sus instrumentos. Mis desacostumbradas rodillas comenzaban a resentirse por la breve caminata y ya podía sentir una leve sensación de dolor. Mi Amo tomó un látigo de diez colas y se paró imponente detrás de mí. Apoyé mi cabeza en el piso y levanté aun más mi cola, esperando ansiosa su castigo que llegó inmediatamente. Tras diez fuertes azotes se detuvo; mi cola quedó con un leve tono rojizo, y mi Señor lo encontró satisfactorio por el momento y dejó el flogger. Lejos de sentir el dolor que esperaba, me sentí defraudada al ver que mi Señor detuvo la azotaina y le supliqué que continúe. Con voz seca me contestó que aun faltaba mucho para que la sesión acabe y que tenía muchas más cosas por hacerme. Sabía que mi Señor me procuraría todo el dolor y placer que yo deseaba, y luego de mis disculpas le ofrecí nuevamente la correa. Mi amado Amo la tomó y me llevó hasta otro lugar de la habitación, donde podía verse una barra colgada del techo. Elevó la correa obligándome a ponerme de pie, y luego la desenganchó del collar. Tomó mis manos y las ató a las muñequeras que se encontraban en cada extremo de la barra, y luego colocó un separador de piernas en mis tobillos. Puso una venda en mis ojos, y mi ansiedad volvió… no poder ver lo que mi Señor planeaba me excitó aun más.

Luego de unos eternos minutos, escuché a mi Amo acercarse. Acarició con su mano uno de mis pechos, dio un beso en el pezón para endurecerlo aún más y luego colocó en él una pinza. El dolor que produjo la presión de la pinza fue muy intenso y no pude evitar que se me escape un fuerte grito. Mi admirable Señor respondió con una sonora cachetada que dejó mi cara ardiendo y -tal como fue su intención- el dolor de mi apretado pezón se sintió insignificante. Repitió la operación en el otro pecho y me colocó la otra pinza. Me indicó quedarme quieta hasta que regrese y lo oí salir. Luego de que mis pezones se acostumbraron, la punzada que producían las pinzas se sintió deliciosa; pero la posición en la que me encontraba era realmente incómoda, la apertura de mis piernas hacía que todo mi cuerpo esté tenso –aunque seguramente esa misma fue la intención de mi Señor–; hasta que luego de media hora al fin regresó. Tal como mi Amo lo había requerido, le conté mis sensaciones y le hice notar que mi cuerpo estaba ya muy fatigado por la posición en que se encontraba. El “perfecto” que salió de su boca me confirmó que ese era su deseo y cerré la boca. Tomó el mismo látigo con el cual me había azotado antes y lo agitó en el aire. El ruido del látigo hizo que mi piel se erice, y finalmente un fuerte azote recayó sobre mis nalgas. Mi Señor me pidió que los cuente a medida que él me daba la azotaina, y así lo hice, con mucha facilidad al principio y gran dificultad pasados los treinta. Luego de cien azotes al fin se detuvo, y me quitó la venda de los ojos. Mi cola se sentía como una brasa y había tomado un fuerte color rojizo, lo cual pareció haber agradado a mi Señor por su cara de satisfacción.

Volvió hasta sus instrumentos y -para mi alivio- dejó el látigo en su lugar. Tomó algo y volvió hacia mí. Se arrodilló, sujetó mis labios mayores y colocó en ellos una pinza con pesas que me causó un intenso dolor cuando la apretó, y me arrancó un grito al sentir el tirón cuando mi Amo soltó las pesas.
Se paró delante para observar las pinzas, palpó mi cola ardiente y, luego de disfrutar el espectáculo, finalmente me desató. Tras el alivio de sentir mis piernas cerradas, mi Amo se acercó a mí con una soga. Hábilmente dejó mis brazos inmóviles atados en mi espalda, y entonces recibí la siguiente orden. Debía inclinarme sobre una mesa, y así lo hice. El dolor de las pinzas apretadas contra la mesa me hizo quitarme rápidamente, pero mi Amo lo impidió. Con una mano en mi espalda volvió a empujar mi pecho contra la mesa. El dolor en mis pobres pezones era insoportable. Parado detrás de mí desabrochó su cinturón y se bajó el pantalón, tomó su magnífico miembro erecto con su mano, y con la otra separó mis nalgas. Lo introdujo con fuerza mi ano, provocándome un increíble dolor. Mientras lo empujaba dentro golpeaba con su pelvis mi dolorida cola, y el vaivén de las pesas colgadas de mis labios aumentaba el dolor de la pinza. Pese a esto, el honor de ser sodomizada por mi Amo hacía el acto realmente placentero. Luego de eyacular, tomó una vela y la encendió. Se dirigió con ella a mí y dejó caer unas gotas de cera en mi espalda. El dolor que produce la cera caliente es intenso pero muy breve, y se sentía exquisito. Derramó unas cuantas gotas sobre mi cola, y el ardor que sentí en la piel fue más de lo que podía soportar. Se lo dije a mi Amo y le pedí que se detenga. Con su grandeza se disculpó y dejó la vela a un lado. Puso sus hermosas manos sobre mi cola aliviando el ardor, acarició con gran delicadeza mis nalgas hasta que el dolor se calmó lo suficiente y luego de desatar mis brazos me dejó descansar.
Luego de unos minutos conversando, se paró y tiró fuertemente la cadena que unía las pinzas de mis pezones. El dolor es inmenso, mis pezones están rojos y las punzadas que siento en ellos me hacen soltar unas lágrimas. Me quitó de la misma forma la pinza colocada en mis labios. El ardor fue inigualable, y sentí toda mi vulva palpitando fuertemente.

Conforme con las reacciones, se alejó de la mesa. Tomó una soga, me acostó boca abajo en el piso y ató mis manos en mi espalda, y mis pies doblados sobre ella y atados junto a las manos. La soga pasaba por mi entrepierna apretando mi clítoris, y hasta el más leve movimiento provocaba la frotación de la soga contra él, y por tanto un leve dolor. Me dejó en esa posición durante media hora, y me indicó pensar en los sentimientos experimentados durante la sesión.
Pasada la media hora, sólo tuve palabras para agradecerle a mi Señor por la mejor experiencia que jamás viví. Cada vez que el dolor cesaba, se convertía en placer, y mientras más intenso es el dolor, mayor el placer que nace de él. Estando conciente de esto, era imposible no disfrutar de los placeres a los que mi Amo me sometió ese inolvidable día.




El relato es ficticio... sólo por ahora :D

jueves, 5 de junio de 2008

-Cerrado-



Por motivos que seguramente ya conocen, y como seguramente también imaginaban, este blog está cerrado... ya borren esa sonrisa de sus caras, es sólo hasta el próximo mes.

El motivo es que el sindicato de musas inspiradoras demandó vacaciones y, como soy tan complaciente, se las he dado :)
Bueno, la verdad es que ellas huyeron de mi y hasta que no vuelva a capturarlas me siento imposibilitada para escribir... :'(

El mes que viene volveré con todas las tonterías que tanto les gustan xD

¡Hasta pronto!